Miradas

La mirada es una que puede inquietarnos tanto, puede perseguirnos sin soltarnos. La mirada puede manifestar desesperación, dolor, lejanía. La mirada comparte secretos y silencios. La mirada puede otorgarnos muchos cansancios, tanto durmiendo como despiertos. La mirada que es clavada en nosotros, en cualquier persona puede hablar, y habla más que palabras en incontables ocasiones. Esa mirada puede ser fría o calurosa, vacía o llena, incompetente o incomparable. Una mirada grita palabras y sentimientos que no se manifiestan seguidos. Una mirada fría de vacío que eriza algunas pieles, que desmaya la mente; como también miradas cálidas que llenan e inspiran hasta cosas impensables, cuales nunca se desarrollarían. Una mirada habla, cuenta, se explaya. Una mirada me dice más que montones de palabras.
Esa mirada no me da temor, me da ternura, sin compasión, sino una pasión la cual hago latir en mi corazón. Con humor recibo las miradas de alrededor, sin miedo a que aparezca el dolor, me río porque sé que no estoy solo. Son simples miradas que contemplan un templo de miradas extrañas, cuales, con dedos que apuntan, divagan porque su voz necesita decir y sus miradas perseguir. Pero mi templo no es su templo, mi templo es otro, en el cual no hay estorbos.
Es más que una mirada, más que la calidez, más que algo que llene. Es un sentimiento potente, que se impone en mí, consiente. Y ese templo donde se apunta y mira es oscuro, no hay luz, no hay visión sana, no hay respiración que sea de contemplación, solo un mal de ojo. Es mi templo el cual construyo día a día, bloque por bloque, como las que fueron construidas en Giza. Es mi tiempo y es mi espacio; es mi vida, son mis brazos; son mis dolores, son mis abrazos. No es distinto, es el mismo esfuerzo, sacrificio. Es mi sentimiento profundo que produzco bloque a bloque sin que se interfiera. Y, a pesar de que canse, continúo construyendo esa eternidad.