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3.5.09

Encuentros#1

Ella una mujer amante de fotografías. Él un amante de la escritura. Sus perfumes nunca se han cruzado y sus ojos nunca se han mirado. Sus voces no se han conocido y su tacto no ha sido tocado.

Sus hojas escritas han volado, recorrido paisajes a esa hoja en blanco, que se le impregnaron esas largas horas de viaje y a sus manos, de causalidad, han llegado. Ella intenta comprender que ha sucedido, pero no entiende cómo se ha producido. Por eso toma fotografías distintas después del hecho sucedido. Comienza a observar más por dentro, empieza a ver lo que el ojo humano no quiere interpretar, y esas fotografías las lanza arriba de un pastizal, así el viento las lleva a un lugar distinto al que las suele alcanzar y los kilómetros recorridos que esas fotografías llenas de vida han capturado, se les impregnaron poesía escrita.

Intendiblemente él no comprende de qué se lo que tiene en sus manos, no entiende como han llegado a sus brazos. Observando poesía, mirando fotografías, él se da cuenta que esa persona tiene una vida que le gustaría ser compartida, pero no sabía cómo encontrarla, por lo cual dejó que el destino actuara para hacer nuevas escrituras.

Escribió muchos días, muchas hojas de cuadernos han sido producidas y él no se cansaría de hasta encontrar a la dueña de las fotografías con poesía incluida. Escribió y no se cansó. Subió a un edificio alto, de los que abundan en esa ciudad, y las lanzó sin miedo sin miedo. Las lanzó produciendo una imagen. Tal imagen impactante asemejada a una bandada de aves despegando del suelo, volando hacia el gran cielo.

Él, seguro, sin borradores, confió en sus instintos, seguro que el destino haría lo suyo. El cielo se pintó de blanco por segundos, haciéndole cree a la gente de abajo que una nube se había presenciado. Y volaron lejos esas hojas, se fueron lejos, el viento impulsó con ganas y por mucho tiempo ella nunca supo nada, hasta que un día sus ojos se sobresaltaron, dejándola fuera de contexto a sus pensamientos, a sus ojos observadores fijados en un punto.

Ella no entendía y, por más que quisiera, no comprendía lo que el destino había formado para ella. Fotografió el momento y se lo quedó para ella. Los siguientes días no entendía nada, sus ojos analizadores eran ojos normales, distintos a otros días, no podía concentrarse, no entendía como hacer para congelarse, como endurecerse. Pero no se enfocaba con su objetivo, tenía miedo de haber perdido lo que ella había adquirido de nacimiento. No sabía la posición, no comprendía, porque los escritos la habían dejado anonadada. Se cansó de estar así y se concentró en responder con fotografías lo que los culpables escritos recibidos le habían robado.

Un día entero a exclusiva dedicación, solo para los escritos. Entendió y le devolvió la vida que esas letras le habían secuestrado. Hizo la selección de las fotografías que capturó, pero la poesía de las imágenes representadas iba escrita en ellas, no iban impregnadas. Envió con su letra su nombre en cada fotografía. Esta vez no las lanzó, simplemente las envió a que las palomas llevaran lo que sus ojos habían capturado. Las envió a una ciudad grande como punto de ubicación y el palomar se extendió a los cielos cubiertos de nubes amenazadoras de lluvia. Unas nubes cargadas que duraron días.


Él continuó su vida, pensando en preguntas que él no sabía responderlas, donde intentaba entender la respuesta de la gente, pero ninguna era algo consistente, ninguna se justificaba decentemente. Una tormenta se aproximaba. Él, amante el lamento del planeta tierra, siempre presenciaba su llanto, no la dejaba sola. Se quedaba para entender lo que otros humanos no la ayudaban, que constantemente se siente maltratada.

En esos días, empapado de los aires que traían los mares en forma de gotas, él extendió su vista al cielo y sus brazos, a la par de los hombros, mirando las nubes grises. Empapado, de repente algo se le apoyó en su mano, como sí un calor le sacara su cuerpo temblando. Un bollito fue depositado en su mano. ¿Cómo pudo suceder algo así? No entendía, por más que lo intentase, ese bollito lo desencajó. Lo agarró con sus manos y lo abrió. Una fotografía de alguien con una sombrilla en un día de calor… Y él mojándose. Sin comprender, queriendo agarrar la sombrilla y usarla, así observar mejor esa fotografía que en sus manos reposó.

Entró a su casa y admiró esa fotografía que le llenaba su interior.
[Continuará…]

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